a finales de 1915, después de la revolución en un poblado llamado Icamole a 20 kilometros del centro de la ciudad de García, a 5 kilómetros de este poblado se encuentra una pequeña capilla.
Se dice que cierto día en todos esos cerros, arroyos y lomas se libraba una batalla donde hubo muchos muertos de los dos bandos de soldados, los revolucionarios y los federales. Unos llamados “Villistas”, otros “Carrancistas”, pero hubo un caso especial, a un costado del antiguo camino real iba paralela la vía del ferrocarril, en el tramo entre icamole y el rancho El Milagro, cayó herido mortalmente un soldado llamado Roberto Cisneros, por lo que sus compañeros le retiraron la línea de fuego y lo dejaron agonizante recargado a un árbol de anacahuita a la vera del camino, nada podían hacer por el pues tenía una herida mortal, por lo que sus compañeros en retirada a Paredón, Coahuila lo abandonaron a su suerte.
Dos días después lo hallaron unos pastores de Cabras, al parecer observaron que acababa de morir, por lo que se supone fue larga su agonía. Al ver su condición se apiadaron de él y lo sepultaron al pie del árbol de anacahuita donde lo encontraron, cubriendo el cuerpo solo con piedras junto al arbusto leñoso para evitar que las fieras del monte devoraran el cuerpo del soldado.
Después de esto regresaron a Icamole y no quisieron contar a nadie de esto por temor a que no les creyeran o se burlaran de ellos pero después que pasaron algunos meses empezaron a escuchar que algunas personas que pasaban por el lugar, decían haber visto a un soldado sentado y recargado en la anacahuita, pero que al acercarse la figura desaparecía. Así la gente de Icamole y ejidos vecinos comenzaron a hablar de “La tumba del soldado”, y para entonces los dos pastores ya habían contado su versión.
Se dice que las apariciones continuaron aunque no todos los viajantes que pasaban por el lugar las veían. Tiempo después, el maquinista de un tren al parecer ya conocía esta historia, se detiene pues se sentía mal, era de madrugada y bajo a descansar un poco, al recoger algo de leña encontró huesos humanos y los depositó en la tumba de la anacahuita, ahí durmió y prometió que si se reponía de tan fuerte fiebre iba a regresar a darle sana sepultura, se alivió y así lo hizo.
Al pasar los años, creció tanto la fama de “La tumba del soldado” que más allá de Icamole, Mina, Paredón, García y todo el estado de Nuevo León, trascendió, no solo por el poder de la fe en la búsqueda de algo desconocido en momentos de desesperación. Todavía se sigue visitando el lugar por lo que algunas personas dicen haberlo visto por esos parajes y otros dicen que el ánima sigue rondando por esos caminos de soledad y leyendas.